viernes, 11 de septiembre de 2015

Pétalos de Cerezo 3



Varias horas más tarde , se dirigió al vagón comedor para almorzar. Había pocas personas, sólo aquellos que habían pagado el alto precio de aquel servicio extra.
Recorrió con la mirada el lugar buscando donde sentarse y encontró que una señora, acompañada por un hombre , le hacía señas para que se acercara. Eran occidentales y la mujer tenía tantos moños y plumas en el sombrero que Anna tuvo que reprimir una sonrisa. Avanzó hacia ellos.
-¡Querida, siéntate con nosotros! Debes tener hambre, ¿verdad? ¿De dónde eres? Mi nombre es Amelia y este es mi esposo, somos de Norteamérica – dijo casi sin respirar y sin darle tiempo a contestar ninguna de las preguntas.
-Soy Anna Seymour, vengo de Inglaterra -  dijo ella y se sentó. No pudo decir nada más porque justo trajeron la comida.
-Por suerte es sopa, así podemos usar cucharas. Odio esos palillos, no sé cómo los amarillos pueden comer con ellos- exclamó la mujer y su marido asintió a su lado- ¿Qué te trajo a este lugar olvidado de la mano de Dios? – preguntó y en ese instante Anna fue consciente de la presencia del joven
japonés que acababa de entrar y los observaba. Sin dudas los había oído y ella sintió vergüenza ajena. Aquellas personas eran espantosas, tuvo la repentina necesidad de decir en voz alta que no los conocía y no pensaba como ellos, pero aquello habría sido más ridículo.
Él se sentó en una mesa distante, además de la sopa,  le trajeron arroz y se puso a comer usando los palillos.
-Anna…- la llamó la mujer porque no había contestado a su pregunta por quedarse mirando a Takeshi.
-Vine por cuestiones familiares – respondió elusiva y la mujer siguió hablando sin parar sobre cosas varias. Anna apenas asentía o intercalaba alguna frase superficial, la comida se le hizo larguísima y no pudo evitar que su mirada se desviara una y otra vez hacia Izumi.
Estaba aislado de todos, parecía encerrarse en sí mismo y poner un muro a su alrededor. Además, tenía una elegancia particular a la que ella lo asociaba. Incluso el movimiento de sus manos para utilizar los palillos era elegante e hipnótico.
Recién cuando el joven terminó de comer y se retiró del vagón, la chica fue consciente de lo tensa que había estado  por estar pendiente de él.
Y también fue un alivio poder deshacerse de aquel matrimonio y su inoportuna charla. Afortunadamente ellos bajarían en la próxima estación, así que no tendría que tolerarlos más.
No tenía mucho que hacer, por lo que luego de comer caminó un poco por los pasillos, pero como  despertaba mucha curiosidad entre los locales y cuchicheos que no comprendía, volvió pronto a su asiento. Para entretenerse tomó el diario de su abuela y releyó algunos pasajes. Pensó que quizás la extraña atracción que sentía hacia el hombre japonés tenía que ver con leer sobre su abuela y Akira, pero el enamorado de su abuela era muy diferente del hombre que la intrigaba.
En el diario ella lo describía como alguien dulce y tímido,  un hombre gentil, un estudioso que amaba la poesía.
Takeshi Izumi no se parecía en nada a esa descripción.
A sus padres les había enviado un mensaje sobre su llegada a través de la embajada. Pero deseó tener a mano los elementos para escribir una carta, quería contarle a Thomas sus primeras impresiones sobre Japón.
Aunque estaba segura que él seguía enfadado con ella por marcharse así. Thomas con sus ojos grises, su cabello ondulado color arena y su carácter impasible, salvo cuando algo ponía en juego su honor. Y que su prometida se fuera sola al otro lado del mundo le había resultado una grave afrenta.
A la noche volvió al vagón comedor, la pareja de norteamericanos ya se había bajado, así que ocupó una mesa sola. Había menos comensales que a la hora del almuerzo, esta vez, le trajeron la comida y dejaron un par de palillos metálicos al lado del plato. No se animó a pedir cubiertos occidentales , trató de manejar el utensilio lo mejor que pudo, pero fue un completo fracaso.
En el hotel había comido comida francesa y no se le había ocurrido pensar sobre aquellas diferencias culturales. Volvió a ver a Takeshi, solitario y apartado, tanto de occidentales como de sus compatriotas.
Sin pensarlo dos veces, tomó su plato y se dirigió hacia él.
-¿Puedo acompañarlo? – Preguntó parándose junto a la mesa y la mirada que le dirigió el hombre indicaba claramente su negativa- ¿Por favor? – insistió ella y él inclinó levemente la cabeza en asentimiento, pero apenas se sentó le habló en voz baja.
-¿Está usted loca, Gaijin?
-Sólo hambrienta, ¿podría por favor enseñarme a usar los palillos? – pidió haciendo caso omiso al tono disgustado de él.
-No debería aproximarse así como así a un hombre extraño, y uno de otra raza, ¿es que no hay nadie en su familia que le haya enseñado un poco de sensatez?
- La sensatez no es mi fuerte en estos días- señaló ella livianamente y él movió la cabeza en forma negativa como si no pudiera creer lo que escuchaba.
-Por eso no me gusta su gente,  una mujer debería ser mucho más discreta.
-Mi familia coincidiría con usted, pero eso no cambia el hecho de que necesito aprender a usar esto- dijo tomando los palillos-  Una cosa es que tenga problemas de comunicación por no hablar el idioma y otra muy distinta que muera de inanición. ¿No le parece?
-Debería haber pensado en eso mucho antes, ¿sólo pensó en lo divertido que sería, Gaijin?
-No, sólo pensé en lo necesario que era para mí venir. Lo demás era secundario, hasta ahora. ¿Y podría dejar de llamarme así? Ya le dije mi nombre, me llamo Anna.
- Los nombres son algo importante, no los mencionamos tan a la ligera, sólo con aquellos que tenemos un vínculo- aclaró él y ella suspiró.
-O sea que tampoco puedo llamarlo por su nombre ¿Cómo se supone que me dirija a usted?
-Se supone que no se dirija a mí, señorita. O , quizás, podría llamarme amarillo como hacen sus compatriotas – dijo intentando ser desagradable a propósito.
Anna le dirigió una dura mirada de reprobación, y extrañamente él hizo una mueca casi de arrepentimiento.
-A pesar de la idea que tiene de mí, o sospecho que de los ingleses en general, soy un poco mejor persona que eso. Jamás insultaría injustamente a alguien.
-Me disculpo – dijo él sumisamente- Pero sigo creyendo que debería volver a su lugar.
-¿A mí lugar en el vagón comedor o a mi lugar en el mundo?- preguntó ella y eso lo hizo sonreír levemente.
-A su lugar en el vagón, esta vez, usted me está juzgando mal. Difícilmente puedo decir cuál es el lugar en el mundo de alguien, señorita.
-Por favor, sólo enséñeme a usar esto, y prometo no volver a molestarlo. Ni siquiera le dirigiré nuevamente la palabra si es lo que desea- insistió ella y él exhaló profundamente, con cansancio, dándose por vencido.
-Está bien, observe con atención. Tiene que sujetarlos así – le explicó y ella  lo miró atentamente, deseosa de aprender.
Cuando pudo llevarse el primer bocado a la boca sin dejarlo caer,  se sintió totalmente feliz y le dirigió una sonrisa plena al joven que bajó la mirada rápidamente para cortar el contacto.
-Muchas gracias, Señor Izumi – le dijo ella cuando terminaron de comer y se levantó para regresar a su asiento.
-Cumpla su palabra- dijo él y ella se giró.
-¿Disculpe?
- Por favor, deje de importunarme – pidió y ella asintió aunque su mirada había perdido todo brillo. Sin embargo, ella había propuesto aquel trato, debía respetarlo.
-Lo haré – dijo quedamente y se retiró.
Anna se acurrucó en su asiento dispuesta a dormir, sin embargo no podía dejar de pensar en las palabras de Takeshi. Por lo visto sentía más desagrado por los extranjeros que lo que ella había creído.
Pensó que también ella se sentiría así  si los extranjeros llegaban a su país y depreciaban a sus anfitriones, si en lugar de reconocer su estatus de forasteros se comportaran con tanta superioridad y desprecio hacia la gente que los albergaba. Sin dudas también se sentiría agraviada. Y dolida.
Sin embargo, ella no era así, estaba dispuesta a conocer el país y su gente sin prejuicio alguno.
Si existía alguna barrera, su abuela la había roto años atrás y le había legado a ella esa libertad para ver a Japón sin dejarse influenciar por opiniones ajenas.
En aquel fluir de pensamientos se preguntó si su abuela y Akira podrían haber sido felices  juntos o si los prejuicios y la discriminación habría perjudicado su amor. Sin embargo recordó las palabras que su abuela había escrito en el diario “sin ti me volví una exiliada, aún estando entre mi gente”.
Pensó que  con el amor que se tenían habrían sido felices habrían creado un lugar propio para los dos.
Con aquel pensamiento se quedó dormida.
A la mañana siguiente, descubrió que hacer planes era la receta ideal para el desastre
El tren se averió y obligaron a  descender a todos los pasajeros en medio de la nada.
Era un completo caos, había gritos, gente quejándose y otros grupos que se marchaban caminando .Algunos pasajeros se sentaban en el campo, a orillas de las vías. Por lo que había alcanzado a entender, no era una reparación rápida, tendrían que pedir ayuda y demorarían en llegar.
No sabía qué hacer, así que sólo se aferró con fuerza a su equipaje, esperando.
Takeshi Izumi divisó a cierta distancia a la joven inglesa, parecía una niña perdida, con sus grandes ojos azules abiertos de par en par y con el bolso apretado contra el cuerpo.
Era una locura, una completa locura, y aún así, avanzó hacia ella.
-Gaijin…- la llamó y ella se giró a verlo.
Anna se había prometido cumplir su promesa y aunque había cruzado por su mente ir a buscarlo, lo había evitado. Aún así  ahí estaba, llamándola con aquel molesto apelativo. A pesar de eso, nunca antes se había sentido tan aliviada.
-Takeshi…- respondió casi inconscientemente llamándolo por su nombre y olvidando que a él no le agradaba.
-Vamos, esto va a demorar mucho, lo mejor será caminar hasta llegar a un lugar donde descansar. Será mucho más rápido que esperar- dijo él y comenzó a caminar.
-¿En serio? ¿Puedo ir con usted?
-En serio. Bajo su propio riesgo, muchacha inconsciente – le dijo en un tono que sonaba casi a broma, aunque su mirada trasmitía mucha seriedad.
Anna pestañeó un par de veces, era una joven mujer viajando sola, y el mayor peligro que enfrentaba eran los hombres. Ya lo había comprobado con el libidinoso del traductor. Pero sabía que este hombre japonés no era así, no podía explicarlo  pero sentía que estaría a salvo con él.
Definitivamente, bajo su propio riesgo, iba a seguirlo.
-Voy – dijo y se apuró para llegar a su lado.
-  ¿Necesita ayuda con eso? – preguntó él mirando hacia su bolso.
-No , gracias. No es pesado, no cargo muchas cosas.- dijo ella notando que también él llevaba un equipaje liviano.
-Es extraña, muy extraña – dijo más para sí mismo que para ella, pero Anna lo escuchó.
-Lo tomaré como un halago. También es extraño. Creí que prefería que estuviera lejos de usted – dijo antes de darse cuenta de que era una mala idea recordarle aquel hecho.
-Era peligroso dejarla allí – dijo él sin dar mayores explicaciones y ella creyó mejor dejar el tema antes de que se arrepintiera.
-¿Va lejos? Quiero decir el viaje en tren, ¿aún falta mucho para llegar a su destino?
-Sí, mucho.
-Yo voy a un pueblo , en Tōhoku. – comentó ella.
- También voy cerca de allí- dijo él.
-¿Negocios? ¿Paseo?
-Voy a casa – respondió el hombre. Y por primera vez Anna pensó que quizás estaba casado y regresaba con su familia. Parecía ser unos años mayor que ella, así que era muy posible. Le resultó tan inquietante que no pudo evitar preguntar.
-¿Tiene familia? ¿Está casado?
-No aún, tengo una prometida. Me casaré pronto – dijo él.
-También tengo un prometido – dijo ella porque el rostro de Thomas vino a su mente de una forma casi molesta.
-¿En Inglaterra?
-Sí.
-¿Qué clase de hombre dejó viajar a su prometida sola hasta este lugar?
-¿Usted no la dejaría?
-Claro que no, y  está lo suficientemente educada para no tener esas ideas. Cuidada por su familia hasta el día que sea mi esposa – dijo él con un tono presuntuoso.
-Bien por usted y su bonita ave enjaulada – le respondió enfadada. También ella había sido un pájaro enjaulado hasta hace poco, y debería entender aquellas convenciones, no eran tan diferentes de las de su familia, pero aún así le  molestaba.
El joven se abstuvo de devolver el comentario y siguieron caminando un trecho en silencio.
Anna aprovechó para observar el paisaje, a los otros grupos de personas que habían bajado del tren y, como ellos, habían preferido seguir caminando; y cada tanto, observaba de reojo al hombre que la acompañaba.
Su altura era mucho más pronunciada ahora que iba a la par suya, su tono de piel era de un dorado muy suave, su bello perfil de pómulos elevados y sus cabellos  negros  brillando a la luz del sol.
-El sol…- dijo él de pronto y eso la hizo sobresaltarse porque era la misma palabra que acababa de conjurar en su mente.
-¿Eh?
-El sol le dañará la piel…
-No, por suerte no es muy fuerte, me gusta el aire de primavera. Y llevo esto- dijo ella señalando el sombrero.
-Supongo que no es tan delicada como aparenta – dijo sorprendiéndola.
- Agreguemos eso a mis defectos.- comentó levemente ofendida.
-En realidad, esta vez era un halago- le dijo y eso la desconcertó. No sabía cómo tratar con él. Temía ser grosera, pero algo desconocido la impulsaba  a provocarlo, a no ceder.
Por otro lado, él era una contradicción, pasaba de ser amable y demostrar preocupación a ser censurador y distante.  Era un enigma que cada vez la atraía más.

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