lunes, 21 de septiembre de 2015

Pétalos de Cerezo 5°



Takeshi era un interlocutor  muy interesante una vez que podía sacarlo de su obsesión por las frases cortas. Aquello que contaba se volvía algo vívido y no era monótono sino que hacía que el relato fuera ameno e interesante, la joven sintió que él dejaba entrever su verdadero ser hablando de Japón, en sus palabras se colaba cierta pasión que no salía a relucir usualmente.
Ella siguió haciendo preguntas sobre el idioma japonés, historia y las costumbres, él contestó amablemente.

Y también le contó sobre los nuevos avances y el crecimiento de la economía debido al desarrollo de diversos sectores.
En ese momento, ella supo que también él era un hombre de dos épocas diferentes, por un lado apegado a la tradición y por otro con una favorable visión de futuro.
Aquel viaje no era tan largo, era un día de  trayecto hasta llegar a Utsunomiya donde deberían descender y quedarse dos días hasta tomar otro tren que los acercara hasta su destino final.
-¿Cómo habla tan bien inglés?- preguntó ella casi a  punto de quedarse dormida.
-Lo aprendí.
-Pero no le gustan los ingleses.
- Necesito hablar inglés para encargarme de los negocios de mi familia y además para asegurarme que nadie me engañe, ¿no le parece?
-Tendré que aprender japonés- dijo ella somnolienta y él sonrió en forma condescendiente.
-No va a necesitarlo, Gaijin, no se quedará el tiempo suficiente –  dijo pero ella ya estaba dormida. Durante varios minutos, Takeshi se quedó observando a la joven. Casi con sorna hacia sí mismo, pensó que ella no era la única que había heredado la insensatez familiar.
A la mañana, luego de desayunar, Anna volvió al ataque con las preguntas.
-¿Sabe usar espadas como los samuráis de los que me habló? – preguntó.
-Katanas, se llaman Katanas, de hecho son sables. Y el arte de la esgrima es el Kenjutsu.
-Entonces, ¿lo hace?
-Sí, fue parte de mi educación – respondió él – ¿Va a seguir haciéndome preguntas hasta que lleguemos?
-Puede preguntar usted. Aunque supongo que no hay nada que le interese.
-No me interesa Inglaterra, pero hábleme de su casa.- accedió y Anna empezó a contarle cosas del lugar donde vivía.
El tiempo pasó rápido y  después del almuerzo llegaron a Utsunomiya.
Una vez más, Takeshi se encargó de buscar el alojamiento, aunque fue un poco más dificultoso.  Al  primer lugar al que fueron no los recibieron y cuando Anna le preguntó el motivo, él tuvo que confesarle que no aceptaban occidentales.
El segundo lugar estaba completo , finalmente dieron con un sitio que cumplía con las exigencias de Izumi y que aceptaban a ingleses.
Era un lugar más pequeño y menos lujoso que la casa de la Señora Matsumoto, pero podrían descansar cómodamente los dos días que tendrían de espera.
A la noche, aprovechando la quietud y el silencio, Anna se quedó sentada mirando las estrellas,   en una plataforma de madera que había en el exterior.
Recordando el repudio y las habladurías que generaba en algunos lugares se puso a pensar en su abuela.
Sintió la presencia de Takeshi , antes de verlo.
-¿Qué hace aquí? – preguntó acercándose a la joven. Ella dio unas palmaditas en el lugar a su lado para invitarlo a sentarse y automáticamente él lo hizo. Ninguno de los dos fue consciente de aquellos gestos tan bien sincronizados.
-Pensaba en mi abuela. No hubiera sido fácil para ella vivir aquí, ¿verdad? No la habrían aceptado.
-Algunos sí y otros no, pero la verdad es que no hubiera sido fácil. Vaya  a dormir, no tiene caso pensar en lo que pudo haber sido.
-¿No cree que hubiera resultado, verdad?
-No, de una forma u otra no habría terminado bien- dijo y no sonó como algo que criticara sino más bien como si le causara pesar. Anna se levantó y antes de entrar se detuvo un momento.
-Mañana…Sé que es pedir demasiado, pero ¿cree que podría acompañarme a dar un paseo? No quiero quedarme encerrada aquí, y me gustaría conocer y hacer algunas compras. Iría sola, pero…
-Está bien, la acompañaré – le dijo y ella sonrió levemente. Iba a agradecerle, pero ya lo había hecho tantas veces que temía que sonara como  una frase vacía.
-Hasta mañana, entonces.
-Hasta mañana – se despidió él.
Al día siguiente desayunaron y se dispusieron a salir.
-¿Qué quiere comprar? – preguntó el joven para saber dónde llevarla.
- Algo de ropa. Me temo que viajar con poco equipaje  tiene sus desventajas- admitió ella.
-Supongo, pero creo que no la habría auxiliado si cargara pesadas maletas con cosas inútiles – bromeó sorprendiéndola gratamente.
-Entonces debo estar orgullosa de mi  practicidad  con el equipaje – contestó sonriendo y luego salieron a recorrer la ciudad.
Takeshi le explicó  las características de las prendas de vestir femeninas y los diferentes significados que tenían según sus colores y modelos, variaban de acuerdo al estatus de la mujer y su estado civil, así como también de acuerdo a la ocasión en que se usaría el traje.
Si bien a partir de la Restauración Meiji muchos sectores habían empezado a usar ropa occidental, las mujeres, en su mayoría seguían usando ropa tradicional, mucho más en ciudades y pueblos alejados de la capital.
Durante el paseo, Anna descubrió un par de cosas.
En primer lugar que Takeshi Izumi impresionaba a las mujeres en general y no sólo a ella, fuera Inglaterra o Japón ella podía reconocer las reacciones de las mujeres jóvenes frente a un hombre atractivo. Fue consciente de las miradas y sonrisas que le dirigían, así también como  del sonrojo que producía en algunas muchachas más tímidas.
Era lógico, pues era muy atractivo, sin embargo le resultó perturbador ser testigo de aquellas reacciones, mientras a ella la ignoraban Y más perturbador fue el trato que recibió en un par de tiendas en las que entraron. No habían sido abiertamente hostiles, pero había muchas formas de demostrar la animadversión y Anna las sintió.
Takeshi, tan sensitivo como era para aquellas situaciones, la sacaba inmediatamente del lugar si sentía que no eran bienvenidos.
Finalmente dieron con una  tienda tan encantadora como su dueña, quien los recibió gentilmente.
Anna se sumergió gustosa en la selección de ropa, las telas, sobre todo las sedas, eran maravillosas, así como los colores y los diseños.
Takeshi se quedó a su lado ejerciendo de traductor, lo que hizo el acontecimiento mucho más memorable. Aquel hombre tan sobrio metido entre dos mujeres entusiasmadas por las telas y la ropa, era un espectáculo digno de contemplar.
La mirada de Anna expresaba su diversión y eso lo hacía ser mucho más parco, era notorio lo impropio de la tarea y lo incómodo que se sentía. Aún así desarrolló su rol a la perfección.
La joven eligió un par de kimonos de seda sencillos llamados Komon y un par de yukatas de algodón. No se preocupó por su equipaje, pues eran prendas sencillas y livianas, totalmente opuestas a los elaborados vestidos occidentales.
Y gracias a su abuela, tampoco debía preocuparse por el dinero.
La dueña insistió en que se probara uno de los kimonos,  para enseñarle además como usarlo y cómo poner la faja que lo ceñía, el hombre esperó pacientemente a que ella se cambiara.
La señora Asano, tal el nombre de la propietaria, la ayudó a vestirse y a peinarse. También le dio el calzado típico que acompañaba a aquella ropa, unas pequeñas sandalias de madera.
No parecían muy cómodas, pero su calzado había hecho grandes daños a sus pies, así que estaba dispuesta a probar algo nuevo.
La textura de la seda en su piel era una delicia, y los colores vivaces le aligeraban el ánimo. Además, la peinaron con el cabello recogido, despejándole las delicadas facciones y le adornaron el peinado con unas peonías similares a las del kimono.
La prenda se ceñía a su cuerpo mucho más que sus vestidos abultados. La hacía sentir mucho más femenina.
Cuando terminaron, la mujer le dirigió unas palabras, que si bien no las entendió literalmente sí pudo captar el significado de halago y admiración. Además, la mirada satisfecha de la mujer expresaba que se veía bien en su nuevo atuendo.
Y antes que pudiera evitarlo, la tomó por los hombros y la llevó hacia donde estaba Takeshi esperando.
Anna se sintió tímida de repente y bajó la mirada, temía ver la reprobación en él. Sin embargo, lo escuchó carraspear y levantó la cabeza. Sus ojos se  encontraron con los de él y eso la dejó estática en su lugar.
Nadie la había mirado así antes.
Ni Thomas, ni nadie.
Los oscuros ojos de Takeshi  expresaban admiración, satisfacción al verla y algo mucho más descarnado, que le era desconocido, pero la abrumaba haciéndola sentir plena.
Le sonrió.
-Se ve bien – dijo él y recobró la compostura. Su mirada se volvió inescrutable nuevamente. Y la emoción que ella había vislumbrado pareció ser un espejismo.
-Entonces los llevaré, dele las gracias por mí, por favor- pidió Anna y luego le pagó a la mujer por las prendas.
Quizás la dueña había pensado que había algo entre ellos, porque se mostró sorprendida cuando fue la muchacha quien pagó y no él. Tanto Takeshi como ella fingieron no notar aquella reacción de sorpresa.
Una vez hechas las compras siguieron su paseo por la ciudad.
-¿Qué es eso? – preguntó ella señalando un bello edificio.
-Un teatro- respondió.
-¡Oh! ¿Y qué tipo de teatro?
- Kabuki, una forma teatral japonesa tradicional…- empezó a explicarle pero Anna lo interrumpió entusiasmada.
-¿Hay función hoy? ¿Podemos verla?
-No creo que…
-¡Por favor! ¿Podría averiguar si hay función? ¿Cree que me dejen entrar? – insistió y se la veía tan entusiasmada como una criatura. Takeshi no pudo, ni quiso, resistirse. Sólo estarían allí dos días, y pronto cada uno llegaría a su destino. Además la había visto replegarse herida por los prejuicios y quería resarcirle un poco por el mal trago.
Quería verla sonreír.
El destino parecía ayudarlos porque justo esa tarde habría función, así que decidieron volver a su alojamiento y descansar unas horas para luego ir a presenciar la obra.
Anna fue muy cuidadosa para no desarmar su cuidado peinado ni desordenar su nueva ropa. Pensó que era mucho mejor ir vestida así que con su ropa occidental, no quería llamar tanto la atención, quería, por un día, relajarse y disfrutar.
-¿Está cómoda así? – preguntó él cuando se reunieron para ir a la función.
-Sí. ¿Le parece inadecuado? – preguntó dudosa.
-No, está bien. ¿Vamos?
La joven no podía contener su entusiasmo y al entrar al recinto todas sus preocupaciones se esfumaron.
Anna iba frecuentemente al teatro y a la opera en Inglaterra, pero aquello era distinto a cualquier cosa que hubiera visto antes.
El arte ya fuera teatro, música o pintura, tenía la maravillosa cualidad de trascender fronteras e idiomas, así que la joven pudo disfrutar el espectáculo más allá de las diferencias culturales.
Seguía con atención cada movimiento de los actores, quería verlo todo, guardar en su memoria aquella experiencia.
Cada tanto, junto el resto del público soltaba alguna exclamación o se le dibujaba una sonrisa en el rostro.
Y Takeshi parecía estar disfrutándolo tanto como ella. Incluso lo había escuchado reír.
Era extraño, los actores estaban maquillados y usaban disfraces representando a distintos personajes, y Anna sentía que tanto el joven japonés como ella estaban, por una vez, despojados de sus máscaras.
 Esa noche, sólo eran ellos mismos, disfrutando de un momento feliz.
Cuando salieron ya había anochecido, el clima era cálido y con el aroma de la primavera, caminaron de regreso tranquilamente, disfrutando el paseo.
-¡Me ha encantado! – Exclamó ella entusiasmada – Supongo que para usted es algo habitual, pero para mí ha sido mágico…
-De hecho es la primera vez- dijo Takeshi tímidamente y ella lo miró.
-¿La primera vez? ¿Nunca había visto una obra de estas? –preguntó asombrada.
-No, nunca antes había visto una – respondió.
-¡Vaya! Por lo visto eso de ser parte de la familia Izumi es una tarea más absorbente de lo que pensé, o quizás usted sea demasiado aburrido.
- Supongo que estoy más ocupado de lo que usted cree, y para ser sincero, nunca se me ocurrió ver una ni tenía quien me acompañara a verla.
-Me  gusta eso – sentenció ella y él elevó una ceja a modo de interrogación para que ella se explicara mejor- Me gusta que hayamos visto  juntos por primera vez una obra  kabuki. Eso lo hace más memorable. Y supongo que si alguna vez vuelve  a ver otra obra, se acordará de mí…
- Y cuando usted recuerde este momento, ¿se acordará de mí? – preguntó Takeshi y ella simplemente asintió. Había una tensión casi tangible entre ambos, pero más allá de eso, el pensar que un día todo sería un recuerdo, le resultó doloroso.
Las palabras que ambos habían pronunciado casi sin pensarlas, quedaron flotando en el aire. Eso los hizo caminar en silencio el resto del trayecto.

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