viernes, 17 de junio de 2016

No puede ser amor 1° -Gaby Ruiz



Prólogo
Danaé despertó con las mejillas bañadas en lágrimas.  Nuevamente había tenido ese sueño, esa pesadilla.  Alex… él no la amaba.  Él besaba a Aurora… en el altar.  ¡No!  Ella lloraba y ellos seguían en su mundo de fantasía.  Ella se desesperaba y…

Se incorporó en la cama y se frotó los ojos para alejar las vívidas imágenes que le atormentaban el alma.  Fue hasta su escritorio y prendió la lámpara.  Tomó papel y escribió:



Esto no puede ser amor

¿Cómo entender que tú no sientas lo mismo?
¿no se supone que debías amarme también,
que serías mi príncipe…?
¿quién diría que tu historia de amor no sería la mía?

Estoy loca por ti…
te amo y te odio a la vez.
Ya no sé más que es real y que no…
¿tú verdaderamente estás aquí
o nuevamente eres producto de mi imaginación?

Enséñame a olvidarte
¡No! ¿cómo pedir algo imposible?
¿Cuando mi mente es la que me traiciona
la que te mantiene vivo y en mi memoria?

Te miro y tú reflejas vacío
te sonrío y tú dibujas una mueca
tú no sientes lo mismo, está bastante claro,
pero… ¿porque aún sigues a mi lado?

No… eres solo un sueño
¿cuándo perdí la razón?
No entiendo nada…
solo que… estoy loca por ti
y he perdido mi corazón.

D. F.B. (nuevamente… tuve esa pesadilla).



 

Tras terminar, releyó lo que su corazón le había dictado y nuevamente se echó a llorar.

Capítulo 1
Alex miró su reflejo una vez más al entrar en su departamento.  Debería sentirse muy satisfecho con él mismo.  Y lo estaba.  Verdaderamente, lo estaba.  Su vida era lo que cualquier hombre desearía: poder, dinero, un apellido reconocido y todo un éxito con las mujeres, por algo era digno hijo de su padre.  Sí, tenía todo… menos lo que realmente importaba.  ¡Aurora!  Lo tenía todo pero al mismo tiempo le faltaba ella.  Ella, la dueña de sus sueños.  Ella, la mujer de su vida.  Ella, a quien había entregado su corazón desde niño. Ella poblaba sus noches y sus días.  A ella le pertenecía.  Ella…  la misma que… no lo amaba.  ¿Cómo era posible eso?  No había mujer que no se rindiera a él…  pero ella era distinta.  ¡Aurora!  Él, Alex Lucerni, estaba total y locamente enamorado de ella.  Y ella…  ella solo amaba a otro.  Así de simple.
Cerró la puerta de su dormitorio con un portazo.  Intentó no pensar pero…
Ya no cabía más lamentos.  Ya no  –se reprendió aflojándose la corbata que llevaba anudada–  no…  él debía olvidarse de Aurora… el debía… pero eso no hacía que él quisiera olvidarse de ella.  Sabía que tenía que hacerlo… pero no podía.  ¿Realmente el amor podía ser tan injusto?
Sí, quizás lo era.  No para todos pero tal vez sí con él.  ¿Qué había hecho para disgustar tanto a Cupido, Afrodita o cualquiera de los dioses que se suponía provocaban el amor?  Era una ironía.  A la única mujer que quería, ni lo miraba.  O sí… pero no como él deseaba que lo mirara.  Porque no lo amaba  –se repitió quitándose con lentitud la camisa y sentándose a la orilla de su cama–  Una noche más atormentándose con su imagen… una noche más soñando con lo que nunca sería.  Pero ya mañana sería otro día… y la vería nuevamente  –con un último suspiro, se durmió dibujándose en su mente aquel rostro tan anhelado.
****
La noche caía en la mansión Ferraz y la menor de los hijos estaba sentada con su querido cuaderno apretado contra el pecho y sus ojos fijos en el fuego. 

Danaé siempre se había sentido la princesita de su casa.  La menor de 3 hermanos que parecían tener como única misión en la vida asfixiarla.   Pero… –sus ojos se iluminaron–  Alex estaba ahí, dispuesto a ayudarle a escapar de Beth y André… a rescatarla con mil y una ocurrencias.  Ella lo había amado aún antes de entender lo que eso significaba. ¡Sí!  Ella había amado al niño travieso y risueño y amaba al hombre guapo y pícaro en que se había convertido.  Pero… –su mirada se ensombreció de tristeza– él no la amaba.  Él, a pesar de estar con muchas mujeres, entre las que no se incluía ella, y tenerlas a sus pies...  no amaba a ninguna.  Ella lo sabía, aunque él no lo dijera…  aunque nunca lo admitiera.  Lo veía en su mirada perdida… en sus ojos angustiados cuando ELLA se acercaba…  él amaba a Aurora.  ¿Cómo podía su prima, Aurora Cabalganti, no amarlo?

Empezó a negar enérgicamente.  ¿Cómo podía ser la vida tan irónica?  El amor no debía ser así… ¡no podía ser así!  –suspiró audiblemente y se arrebujó aún más en el sofá–  ya no quería pensar en eso…  se había pasado cada tarde hasta muy avanzada la noche, pensando en eso.  Y no había servido de nada.  Las cosas seguían igual…  ella amaba a Alex, Alex amaba a Aurora y Aurora moría de amor por Christopher  –esbozó una melancólica sonrisa–  solo hacía falta que Christopher se enamorara de ella y cerraban el círculo  –pensó sarcásticamente.

Cerró los ojos e intentó alejar a esa sombra de su vida…  ese hombre que más que un hombre parecía una presencia constante en su vida…  ahí estaba… siempre.  Le aterraba pensar en que algún día…  –tragó con fuerza y apretó aún más sus párpados–  algún día… él se iría.  O peor… se casaría…  tal vez con Aurora.  Y ella quedaría destrozada… sola…  llorando…  tontamente porque él ni siquiera la miraba.  ¡No, eso no era amor!

–¿Sigues levantada? –se escuchó una voz desde la entrada del salón.
–André… –murmuró Danaé a modo de saludo– ¿Acabas de llegar?  –lo miró ceñuda.
–Sí señorita y deberías estar en tu cama, durmiendo –señaló él sonriendo–  y no haciendo preguntas a tu hermano mayor.   ¿Me esperabas?
–¿Yo?  ¡Ni Dios lo quiera!  –rió ella–  ¿por qué iba a querer verte?
–¿Tanto me quieres?  Me halagas  –se burló él pero se acercó a abrazarla–  Es tarde y hace frío…  deberías ir a dormir.
–Sí, lo haré  –asintió ella dedicándole una dulce sonrisa.  André tenía razón, la noche cada vez se hacía más fría–  Buenas noches, Andy.
–Te he dicho que… –él miró al techo– no importa.  Buenas noches, Danny –contestó resignado mirando como su hermana menor desaparecía escaleras arriba.
Danaé recorrió rápidamente el tramo que separaba su habitación de las escaleras.  De pronto, se sentía muy cansada…  seguramente se debía a la falta involuntaria de sueño.  Porque ella quería dormir… pero no podía.  Inevitablemente aquel sueño… interrumpía su calma.  ¡Rayos!  Tenía que aceptarlo… mientras más pronto, mejor.  Alex tarde o temprano se casaría, con Aurora o no, y ella tendría que verlo y sonreír feliz por él… fin de la historia.  No había nada que pudiera hacer para cambiar eso… absolutamente nada.
Con los hombros hundidos, casi como si llevara el peso del mundo encima, se acercó hasta su cama y se tumbó.  ¡Qué no daría por una mirada de Alex!  Tan solo una y ella sabía que moriría de felicidad.
Refunfuñó cubriendo su rostro con las sábanas.  Ese pensamiento había sonado tan tonto en su cabeza…  ni imaginar pronunciarlo en voz alta.  ¡Definitivamente loca!  Estaba completamente loca.
Cerró sus ojos con fuerza, sus largas pestañas oscuras cayendo sobre sus mejillas.  Extendió su mano, a tientas hasta encontrar la lámpara y la apagó.  Se sumió en completa penumbra, excepto por los tenues rayos de luna que se filtraban. 
Y a pesar de ello, ni aún en la silenciosa oscuridad, pudo huir de aquellos ojos azules clarísimos, esos amados rasgos con dolorosa claridad se dibujaron en su mente y finalmente la escena al completo: Alex sonreía deslumbrantemente, extendiendo una mano hacia ella… ¡Sí, hacia ella!  Estaban completamente solos y Danaé titubeó tomando su mano.  Él la estrechó con firmeza y ternura.  Danaé suspiró abandonándose a la dulce ilusión de que él…  ¡Alex, la amaba!
¿Cuánto duraba una ilusión?  Eternamente…  Y de pronto, todo se desvanecía.  Alex se alejaba inexorablemente y ella intentó estrecharlo.  Era imposible…  nuevamente él estaba lejos, abrazaba frente a ella a…  Aurora.  Danaé se sintió morir… como cada noche.  Sintió sus mejillas húmedas y un nudo atenazó su garganta.  Sintió que se ahogaba… 
Despertó sudando y sollozando.  ¡Maldita sea! ¿Cuándo dejaría de tener esas pesadillas sinsentido?  ¡Odiaba esta sensación de vacío y dolor!  ¡Odiaba no lograr sencillamente cerrar los ojos y dormir profundamente!  ¡Odiaba a Alex!  –se restregó la cara con fuerza– No,  no odiaba a Alex.  Pero, en momentos como esos… en madrugadas como esas…  ¡cuánto deseaba que fuera verdad!
Se sentó en la cama, en medio de la oscuridad.  Miró al infinito, tratando de definir las sombras caprichosas que se proyectaban en la penumbra de su habitación e intentando despejar su mente, alejar la imagen de ese hombre que invadía sus sueños sin siquiera saberlo.  Si lograra volver el tiempo, ¿podría evitar enamorarse de Alex? –su boca esbozó una ligera sonrisa.  ¡No lo lograría… ni por un instante!

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