viernes, 16 de septiembre de 2016

No puede ser amor 14°- Gaby Ruiz



Alex eligió el traje que llevaría esa noche y no supo bien que fue pero le remitió a la fiesta de 16 años de Aurora. Cuando él había tomado tanto que no recordaba la mitad de lo sucedido. Sí, ahí había terminado su afición al alcohol sin siquiera haber realmente nacido. Suspiró con tristeza, pensando que tal vez esa había sido la única vez que sintió tan cerca a Aurora. Sí, la única vez que fue imaginaria.
Todo había sido un sueño y nada más. Tan real y todo un producto de su imaginación, de su desesperado corazón. Seguía pareciéndole estúpido ese sentimiento llamado amor pero él no era quien para negar su existencia.  Había convivido con él por más de una década y seguía contando; simplemente había cosas que uno no llegaba a alcanzar jamás.

Desde aquel día, él supo que Aurora jamás lo tomaría en serio.  Bueno, al menos no en ese sentido. Tal vez porque ella misma amaba a alguien más… y sí, al pensar en eso se sentía furioso porque en su mente solo cabía Christopher. Él no lograba entender que era lo que tenían juntos, de donde nacía tanta complicidad. Porque era evidente que entre ellos no existía un noviazgo ni nada parecido, su relación era más estrecha que eso, más inexplicable y él… él se sentía aún peor sabiendo que jamás podría competir con eso. Aún si llegara a convencer a Aurora de darle una oportunidad, Christopher estaría ahí y ¡esto era imposible!
Trató de concentrarse en recordar cada una de las palabras de Aurora.  Las había memorizado, no por gusto, sino porque su caprichosa mente no podía pensar en nada más que en los momentos con ella. Por muy efímeros que fueran, estaban grabados a fuego en su mente. 
Nunca le habló de amor, solo de un inmenso cariño. El mismo que los unía a todos por haber crecido juntos y conocerse de toda la vida. 
Los días posteriores a aquel “recuerdo nunca sucedido” habían sido bastante curiosos. Él intentó pensar que si “un sueño” había provocado algo en él y no fue Aurora, podía encontrar a alguien más.  Por primera vez lo pensaba, pero era más fácil pensarlo que hacerlo. Él había empezado a salir con Desiré, la pelirroja de la fiesta. Aurora, misteriosa como de costumbre, salía con chicos pero él jamás la veía “enamorar” a uno. Ellos caían solos en su encanto pero nadie tenía el privilegio de llamarla novia. André seguía saliendo con la rubia amiga de Desiré y Danaé había empezado un primer noviazgo largo y serio con Kyle, el chico canadiense, amigo de Marcos.
Salían mucho por ese entonces, en pareja.  Recordaba como las primeras veces, desde que Kyle se hiciera novio de Danaé, él le dirigía miradas raras. No sabía bien por qué y la verdad nunca se lo preguntó, pero había tenido tanta curiosidad. Nunca llegó a saberlo, tal vez simplemente se atenuaron o él empezó a ignorarlas. Exactamente dos años después, recordaba él, cuando ya salía con otra chica, una joven de cabello rubio que tenía un aire a Aurora, solo Dios sabía por qué él había llegado a esa conclusión; entonces, Danaé terminó su relación con Kyle. Imaginó que era porque pronto se separarían pero las miradas extrañas de él volvieron. Y se preguntó de nuevo: ¿qué rayos le pasaba?
Tras unas semanas, Kyle se fue de Italia y él respiró de nuevo. Pensó que tal vez lo miraba con burla porque adivinó sus sentimientos hacia Aurora.  Pero ¿cómo? Nadie le conocía tan bien. Nadie lo sabía.
Esta vez, él iría solo. No se le antojaba ningún tipo de compañía además que su madre le había prácticamente obligado a última hora, por lo que nadie estaría disponible para acompañarle. Sonrió con satisfacción, eso era mentira. Con una llamada, él ya tendría a muchas mujeres bien dispuestas a ser sus acompañantes y más en algo familiar. Pero, él no quería eso. Quería a quien no podía tener. Solo a Aurora.
Respiró hondo dirigiéndose a su auto para pasar por su madre y su hermana. Seguro ya lo esperaban.
***
Danaé miraba su imagen en el espejo con mirada reprobadora. Ese vestido era extremadamente largo y en su intento de parecer misteriosa y jugar con su madre, no había permitido que le ajustaran a su medida. ¿Qué podía hacer? Nada más que usar tacones. Su rostro reflejó una mueca mientras iba por unas sandalias altísimas que su madre le había comprado, un par de tantas que tenía ahí guardadas. Suspiró con resignación, al final su madre siempre obtenía lo que quería.
Su peinado había sido sencillo a pesar de la insistencia de su madre en traer a una estilista. Pidió que lo cepillen y lo dejen suelto. No quería nada más, además era la noche de Beth. ¿Por qué alguien se fijaría en ella? ¡Era absurdo como la mente de su madre funcionaba a veces!
Al girar para comprobar la caída del vestido, se fijó en un sobre que había sobre su escritorio. Correspondencia. Tomó rápidamente la carta para mirar al remitente. La escuela de Diseño a la que había aplicado. 
Cerró los ojos, sin atreverse a abrirla. Ni siquiera sabía que haría si era aceptada porque, en un impulso, había mandado la solicitud y ahora realmente podría estar dentro. O no.
De cualquier manera, pensó que lo mejor era abrirla a su regreso. Si hubiera sido rechazada, no podría disimular su decepción y ahí sí que sería blanco de varias miradas. 
Por lo tanto, no. La guardó en su cajón junto a sus escritos, bajo llave, y se dirigió al recibidor de la mansión para esperar a todos.
No tuvo que esperar por mucho tiempo, Leonardo y Danna bajaron las gradas inmediatamente, al igual que André. Ella sonrió cuando su padre le alabó por lo bella que lucía, diciéndole que era su padre y no contaba porque siempre la veía así. Danna sonrió aprobadora a su hija menor y su hermano André le ofreció el brazo para salir hacia el auto.
Danaé apenas escuchaba la conversación que se desarrollaba en el auto.  Por alguna razón, se sentía ansiosa… Bien, ella sabía por qué; pero debía dejarlo porque no quería que nadie preguntara. No aún. Y, si era totalmente sincera, ese agujero en el estómago, siempre lo sentía. La anticipación de saber que lo vería. Suspiró.
–¿Estás bien, Danny? –preguntó André mirándola curioso.
Danaé lo miró con sospecha. Entrecerró los ojos y respondió:
–Perfectamente, hermanito –sonrió un poco– al parecer, tú no –habló bajo, para que solo él la escuchara. André desvió la mirada.
–No lo sé –contestó, despacio– es solo que –se detuvo– bueno, en realidad no sé que es –exclamó desorientado.
–Ah –Danaé observaba la cabeza de su hermano, quien miraba por la ventana– ¿es la misma chica de la mañana no?
–¿Por qué lo sería? –preguntó enfadado.
–Porque es la única por la que te he visto reaccionar así –hizo un ademán como si eso lo explicara todo.  Así…
–No sé que es –repitió– pero no me gusta nada. Ella no es nada –soltó enfadado–. No me hagas caso –la miró con una sonrisa encantadora– a veces creo que no soy tu hermano mayor.
–Lo sé –Danaé lo dejó estar. Ya lo interrogaría más tarde.

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