miércoles, 14 de junio de 2017

Noches En El Balcón 35

Eric, observaba la noche desde la terraza de Yola, mientras su hermano, aún seguía decidido a entrar al dormitorio de la chica, cuando su móvil irrumpió en la calma del lugar.
-Olvídalo ya –Soltó riéndose por lo bajo-. Estoy seguro, que tras esa persiana han montado un bunquer... Además –caminó a él, para mostrarle una fotografía, donde se veían seis piernas apoyadas en una mesita de café, con un enorme bol de palomitas, una película en pantalla y... Seis dedos corazón, alzados en el marco de la foto.
Ésta Elisabeth...
-Serán... -Masculló exasperado, pero con sonrisa en los labios-. Elisabeth, ha encontrado a muy buenas aliadas. Me gusta tú chica –Dijo, dándole una palmada en la espalda, mientras volvían hacia el piso de Eric-. Por qué será mi cuñada, ¿verdad?
- ¿Y Elisabeth? –Se alzó de cejas, sin responderle.
-Primero, veamos si sobrevive a mí captura, para ver si queda algo para convertirla en cuñada –Soltó con sonrisa malévola.
-Pues ándate con cuidado con mamá –Señaló Eric, yendo a sentarse en los nuevos sillones de su balcón-. Encuentro raro, que te la asignara.
Jordi rompió en carcajadas.
- ¿De verdad, te ves a mamá en el papel de casamentera? – Soltó incrédulo-. Pero si va muy liada con las galas benéficas, con la madre de Laia –Soltó picarón, obteniendo una dura mirada de su hermano.
-Ni me nombres a ésa –Acató con tono arisco-. Bastantes problemas tengo, para que me la nombres y aparezca.
-Pues, nuestra madre y la de ella trabajan codo con codo, en todos ésos actos –Siguió señalando.
-Me importa una mierda –Soltó en un gruñido, agarrando la botella de la cena con Yola, para servirse un poco y darle un trago.
-Creo, que deberías hacer que mamá sepa de ella –Soltó Jordi socarrón.
- ¿Vas a quedarte toda la noche o tienes que coger un avión? –Masculló con mirada entrecerrada.
-Tanto tiempo sin vernos y me estás echando ya –Mostró sonrisa ensanchada, mientras Eric rebufaba.
-Pues no me incordies –Le reprochó.
-Solo recordaba viejos tiempos –Dijo, sacándole a su hermano una divertida sonrisa.
-Ahora en serio –Habló Eric-. ¿Cuál es tu siguiente movimiento?
-No lo sé –Respondió soltando un profundo suspiro-. No sé, si montar guardia en el portal, en el balcón de tú novia o en el portal de Elisabeth.
- ¡Joder, que gilipollas soy! -Exclamó de repente Eric, alzando su trasero del sillón-. Y Elisabeth –Soltó una carcajada-, una gran ilusa.
- ¿Qué ocurre? –Dijo con gran interés Jordi –Pero su hermano, siguió riendo mientras iba al interior del piso y se acercaba a una repisa que había al lado de la puerta principal. Mostrando al segundo, un par de llaves en un ridículo llavero, de un corazón de agua con purpurina-. Son de... -Dijo con brillo diabólico en la mirada, obteniendo una afirmación de cabeza por parte de su hermano pequeño-. ¡sí, joder! –Exclamó alzando los brazos al aire.
-Actúa con cabeza –Le dijo al entregarle las llaves-. Quiero mucho a ésa loca –amenazó con seriedad.
-Estate tranquilo –Le guiñó un ojo, mientras las agarraba y salía de allí.
Volvía a estar solo. Pero sin posibilidad alguna, de poder continuar hablando con Yola. Solo esperaba, que no estuviera tan enfadada, como le había mostrado antes en su dormitorio...
Sonriendo, volvió a sentarse en sus nuevos sillones, observando los restos de la cena interrumpida por Jordi. Para chascar la lengua, con cierto fastidio.
Una cena, donde la había besado levemente, esperando poder obtener ciertas respuestas, en referencia a ellos dos. Pero que una vez más, creía haber enturbiado, al ser provocado por cierto comportamiento que creía en desacuerdo, de su pequeño demonio rojo.
Iba a tener que esperar al día siguiente, en el instituto para saber de ella.



Se fue a refugiar en la seguridad de su dormitorio, para no tener que estar viendo continuamente, las sonrisas de su madre, al pensar que Eric y ella...
- ¡Por dios, esto es un horno! –Gruñó enfadada al entrar dentro y cerrar la puerta, para recordar que se hallaba medio clausurado por seguridad-. ¡Me importa tres pepinos, yo quiero fresco! –Masculló, yendo hacia la salida al balcón, para agarrar la cinta de la persiana y subirla de forma suave, sin llamar mucho la atención-. Que bien... -Suspiró profundamente, al sentir la suave y fresca brisa nocturna del mes de septiembre, no pudiendo evitar el salir afuera.
Eran cerca de las doce, no creía que Jordi anduviera aún por allí, sabiendo que debía coger un avión para una reunión en la mañana. Y si seguía allí, tampoco creía que fuera hacerle nada. Buscaba a Elisabeth.
Fue cuando reparó, que tal vez, siendo la hora que era, Eric podría estar dormido o trabajando, encerrado en su estudio.
Una sonrisa traviesa asomó a sus labios.
Aquello significaba, que podía ir para echar un vistazo rápido, por si se topaba con su teléfono móvil por algún lado visible.
Instantes después, asomaba su cabeza por la esquina del balcón, para ver a un Eric, reclinado en el sillón de dos plazas, con los ojos cerrados.
Se quedó quieta, sin apenas respirar, para observar atentamente desde allí, si captaba algún movimiento.
Respiraba de forma acompasada.
Con movimientos atentos, dejó sus sandalias playeras allí, para moverse con más seguridad con los pies descalzos.
Y al caminar hasta él, pudo comprobar que por allí encima, no había señales de su móvil. De modo, que tras volver a observarlo por otros pocos segundos inmóvil, decidió adentrarse al interior del piso.
Tras mirar un poco por encima del comedor, con sentimientos frustrados, decidió detener su búsqueda, porque tampoco quería pasar demasiado el límite, al invadir la privacidad de él.
Cosa totalmente contraria, si venía de la mano de Eric. Pensó volteando la mirada al techo.
De modo, que caminando con cierto pesar hacia la salida del balcón por no haber tenido suerte, al llegar allí, descubrió que la suave brisa, era mucho más fresca. Pudiendo perjudicar a Eric, si se quedaba mucho más rato.
Soltando un gruñido, en contra de sí misma, se giró nuevamente hacia el interior, para dirigirse hacia el sofá negro y agarrar de allí, una de las pequeñas mantas. Para momentos después, posicionarse con ella delante de él, y con sumo cuidado, cubrirlo sin despertarlo.
Logrado. Seguía dormido.
De modo, que mejor se marchaba de allí antes de realizar algún gesto inadecuado y acabar por despertarlo.
Aunque aquella vez, podría ser una parte de su venganza, por haberle hecho aquella maldita marca en el cuello. Pensó con cierta mirada entrecerrada, sobre el pacífico chico, ajeno a la lucha interna que estaba sufriendo.
Pero al posar su mirada en sus labios, frunció por un momento el ceño, al recordar el suceso justo antes de la aparición de Jordi.
Un beso.
O, mejor dicho, su segundo beso.
¡OH dios mío! Volvía a suceder como la primera vez.

Él, en un sofá haciéndose el dormido y ella, mirándolo... Achicó sus ojos y dio un paso más, hasta casi rozar las piernas de él. Se reclinó hacia delante, aguantando su respiración por quinta o sexta vez, aquella noche. Y lo volvió a observar, pero de forma concienzuda.
Sí, estaba paranoica. Eric, dormía profundamente.
Volvió a enderezar su cuerpo, para mirarlo por última vez, mientras hacia una mueca e fastidio con sus labios, por no tener su móvil a mano y poder robarle una foto.
¿Robarle una foto? Volteó los ojos, recriminándose pro tener un comportamiento, típico de adolescentes... ¡Diantres, es que lo era!
Enfadada consigo misma, se dio la vuelta para volver a su dormitorio. Debía dormir, al día siguiente todo seguía igual. Es decir, debía asistir a clases con móvil o sin él.



Aparcaba el coche, justamente bajo el portal de Elisabeth, sobre las dos de la madrugada. Con una sensación apremiante en todo su sistema nervioso.
Había tomado una decisión definitiva, solo esperaba no haberse anticipado a las ilusiones suyas y de Eric.
Cerraba el cierre centralizado del bmw, para hacer un gesto con su brazo izquierdo y poder visualizar la hora correcta en su reloj de pulsera. Confirmando, que tenía unas cuatro horas aproximadamente, antes de volver a sentar su trasero en un avión, que lo condujera a París, para la reunión que tenía a las nueve y media, de la mañana.

Con la bolsa de papel marrón, se acercó al portal y con respiración pausada, abrió el portal sin problema alguno, siendo recibido al instante por las lámparas de la pared, a causa del detector de movimientos.
Una mirada hacia el final de aquel blanco recibidor, le confirmó que aún recordaba dónde se hallaba más o menos todo, después de casi cinco años, sin aparecer por allí.

Caminó hacia el ascensor, para entrar en el en cuanto llegó, y pulsar el botón que le conducía a ella.
Veinte segundos después, paraba sus pies enfrente la puerta caoba. Aspiraba con profundidad, para rezar mentalmente de que no hubiera puesto ningún cerrojo y pudiera acceder a la vivienda, sin problema alguno.
Dentro.
Quisiera o no, su respiración era más acelerada por segundos, a causa de los nervios, la emoción y la anticipación.
Con la escasa luz que proyectaba su móvil, pudo mirar por dónde caminaba, para llegar al comedor, apoyarse en el sofá y quitarse la americana y zapatos. Deteniéndose un momento, para acariciar el gato de Elisabeth, que al verlo se había desperezado y ahora, estaba refregándose en su mano.
Abrió la bolsa de papel, para extraer dos pequeñas velas chatas, que cabían perfectamente en la palma de su mano izquierda extendida, pudiendo encenderlas con su otra mano. Dejándolas por el momento ahí, mientras con la derecha cogía la rosa roja, que llevaba un enorme lazo color vino, el que sujetaba una pequeña sortija.
Y ahora sí, aspirando profundamente, se adentró en el pequeño pasillo que llevaba al dormitorio.

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