domingo, 12 de noviembre de 2017

Tan solo amor 25° - Gaby Ruiz



Terminaron de comer y Marcos acompañó a Mía a instalarse en el mismo hotel de la vez pasada. Él le afirmó que tendrían lugar para ella, aun cuando temía que no por la falta de reservación.
– ¿Eso fue problema antes? –preguntó Marcos con una sonrisa segura y ella negó– ¿por qué te preocupa ahora?
  No lo sé. Supongo que no había pensado en eso… es un hotel muy bonito –dijo.
– Lo es –confirmó él girando el auto a la derecha.
– Marcos…
– ¿Sí, amor?
– Acaso tú… ¿eres dueño del hotel o algo así? –bromeó ella.

– Algo así… –evadió y continuó con la vista al frente.
– ¿Cómo? –Mía abrió los ojos– yo estaba bromeando… ¿no lo dices en serio, verdad?
– ¿Qué tendría que ver con nosotros? –contestó divertido.
– Nada… pero ¿tienes mucho dinero? –soltó Mía haciendo un mohín.
– ¿Eso sería un problema?
– No, claro que no. Pero… no sé. Si tienes un hotel así, ¿cuánto dinero será?
– ¿Importa? –Marcos parecía renuente a hablarlo y se encogió de hombros– además, no es mi hotel, en todo el sentido…
– ¿A qué exactamente te refieres? –Mía entrecerró los ojos.
– Bueno, no todo al menos.
– ¿No todo? Pero una gran parte…
– Sí, eso sería más preciso… –puso en blanco los ojos.
– ¡Marcos! –gruñó Mía– no me gusta esta desigualdad entre nosotros.
– ¿Cuál desigualdad? –contestó él con la mayor tranquilidad que pudo– ¿a qué te refieres tú ahora amor?
– ¡El dinero! –Mía se cruzó de brazos– yo no quiero tu dinero, Marcos.
– Está bien, no te daré nada con él –rió.
– ¡Marcos, no es una broma! –resopló Mía.
– Bien… ¿qué quieres que te prometa? ¿Qué no lo usaré contigo? ¿Qué no te compraré absolutamente nada? –Marcos parecía a punto de volver a estallar en carcajadas.
– Muy gracioso –Mía giró su rostro, molesta– no quiero que parezca lo que no es, eso es todo. ¡Todo! –elevó sus manos al aire.
– Aja…
– ¿Por qué eres así? –Mía suspiró.
– ¿Por qué? No lo sé, pero así te enamoraste de mí…
– ¡Y no tienes idea de cuánto, Marcos!
Él sintió una cálida sensación extenderse por todo su cuerpo, como si pudiera estallar de felicidad en cualquier momento.  Mía lo amaba.  Ella lo amaba. Era una realidad y no podía estar más feliz, era imposible.
– Llegamos –él se bajó a abrirle la puerta– ¿esto si me es permitido? –rió.
– ¡No bromees, Marcos! Hablaremos muy seriamente de tus bienes porque no quiero que nuestra boda se…
– ¡Boda! ¿Mía estás bien? –él la miró con asombro– no eres tú.
– ¡Claro que soy yo, Marcos! –ella lo abrazó– y ahora entiendo lo que sentías, solo es eso.  Realmente lo entiendo.
– Mía…
– ¿Si amor? –dijo ella, mientras dejaban las maletas en la habitación que le habían asignado.
– Te amo –soltó él tomándole el rostro entre las manos– te amo demasiado, Mía.
– Y yo te amo, Marcos.
– ¿Sabes algo? No tenemos que esperar…
– ¿Qué, Marcos? ¿Qué no tenemos que esperar?
– A casarnos, Mía –contestó él y le besó con pasión– cásate conmigo, amor.
– ¿Cómo? –Mía abrió los ojos con sorpresa.
– No tenemos nada que nos detenga, deberíamos casarnos lo más pronto posible.
– Pero Marcos… todo sería tan precipitado y habría que planear pronto y…
– ¿Y qué? ¿Podrías hacerlo? ¿Cuánto tiempo? ¿Qué tan grande quieres la boda?
– Podría hacerlo, dame un mes y solo me interesa que sea contigo… lo demás es secundario –contestó ella a todas sus preguntas y él sonrió.
– No podría desear nada más en el mundo que tú, Mía… Finalmente, mía –apoyó su frente en la de ella y sonrió.
– Esa sonrisa… con esa sonrisa tú me conquistaste, Marcos.
– Sonreiré toda la vida si es necesario para tenerte a mi lado… siempre.
  Siempre –prometió Mía y le estrechó con fuerza.  Lo amaba y no podía pensar en algo que se sintiera tan bien.
Las siguientes semanas en Italia, fueron un sueño para los dos. Amar y ser correspondido es una dicha que parece no tener fin.  Visitaron los posibles lugares para la ceremonia, que sería íntima.  Marcos le compró un anillo de compromiso sencillo, con un único diamante y una inscripción en su interior que le repitió mientras se lo colocaba.
– “Mía para siempre” –susurró en cuanto le puso el anillo en su dedo, besándole levemente la mano y sonrió– ahora sí, estás lista para la cena con mis padres.
– No sé si en algún momento estaré lista para eso –suspiró Mía teatralmente y él sonrió con amor– adoro que me mires así.
– No puedo evitarlo. Te amo –contestó él con sencillez y ella lo besó.
– ¿Estás totalmente seguro que no puedo evitarlo? –pidió Mía con un atisbo de esperanza en sus ojos grises.
– No lo creo, amor. Estará toda la familia.
– ¡Pensé que era una cena íntima! –Mía se lamentó.
– Es toda mi familia y los amigos más cercanos, como siempre ha sido Mía –Marcos la abrazó, pasando su mano por el cabello de ella– estará bien, lo prometo.
– ¿Y si no les agrado? ¿Qué tal si me odian?
– Eso no sería posible. Tú eres… –Marcos la miró largamente y sonrió– no hay manera que no le agrades a alguien.
– Tú dices eso porque me amas y no es justo –se cruzó de brazos y él sonrió más.
– Te amo y por eso te digo la verdad –retrucó él mientras Mía hacía “ese gesto” que le hacía temblar– me asustas cuando te pones así.
– Deberías Marcos. No me gusta que no me hayas dicho que era una cena así.
– No fue mi culpa, amor.  Mis padres lo planearon para anunciar nuestro compromiso. ¿Podemos darles ese gusto?
– Lo haré, pero es la segunda vez que quedas en deuda conmigo.  Tendrás que asistir a otra fiesta de fin de año con mi familia o de navidad –Mía lo dijo, sintiendo como un involuntario escalofrío le recorría.
– Repetiré la pregunta… ¿tan mal me irá? –Marcos sonrió y Mía se echó a sus brazos.
– Tú eres encantador.  No creo que te vaya tan mal.
– ¿Un poco mal? –bromeó él y ella asintió.
– Solo un poco –aprobó con una sonrisa.
– Así está mejor –Marcos deslizó su mano por la mejilla de Mía y sonrió– te amo.

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